La afasia es una gran desconocida. Haz la prueba preguntando a tus conocidos y amigos si saben qué es la afasia. La mayoría te contestarán que no lo saben, que les suena la palabra pero ahora mismo no sabrían qué decirte o, en el mejor de los casos, que es algo relacionado con el lenguaje (¿un trastorno, una disfunción?). Las respuestas que obtendrás serán, por lo usual, vagas e imprecisas o claramente erradas, y este desconocimiento general no guardará necesariamente una relación con la formación académica o el nivel cultural de los encuestados.

Podemos comparar la afasia con un ladrón en la noche: puede asaltarnos por sorpresa en el momento más inesperado. Nadie puede afirmar con absoluta certeza que jamás tendrá afasia, el que hoy es afásico ayer era una persona como tú y como yo: alguien que trabajaba, que no tenía ningún problema en comunicarse con sus familiares y amigos, que podía disfrutar de la lectura de un libro y escribir sus pensamientos en un papel.

Entonces, ¿qué fue lo que pasó que dio un giro de ciento ochenta grados a su vida, de la noche a la mañana? Lo que cambió radicalmente la existencia de esta persona fue una lesión cerebral. Este daño en el cerebro pudo sobrevenir por diferentes causas, en las que iremos profundizando en posteriores artículos. Lo importante ahora es saber que la lesión afectó a alguna de las áreas del cerebro que procesan el lenguaje. La consecuencia de esto es la disfunción de la capacidad para expresarse y/o comprender el lenguaje hablado y/o escrito. Dependiendo de muchos factores, como la naturaleza de la lesión, la gravedad y extensión del daño o la rapidez de la intervención médica después del accidente, el alcance de la afasia y sus formas de manifestarse variarán, hasta el punto de que más que de afasia hay que hablar de afasias. En otras palabras, no hay dos pacientes afásicos iguales.

Otro aspecto importante es el del alcance de las secuelas, en el que intervienen los factores antes mencionados y otros como la edad del afectado, el proceso de rehabilitación, la prevención secundaria (o el conjunto de las medidas adoptadas para evitar que se repita un episodio de ictus, que es la causa del 85% de las afasias) y la propia voluntad del afásico. Así, hay casos de recuperación total frente a otros en los que las secuelas son permanentes. Por último, no hay que olvidar que la afasia puede venir acompañada por otros trastornos que harán aún más difícil tanto la vida del afásico como de las personas de su entorno familiar (por ejemplo, si la lesión afectó a otras áreas del cerebro más allá de las estrictamente relacionadas con el lenguaje).

José Moscardó




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